Una aventura

Una aventura, aunque fuera solo de una noche. Lo que ella creía necesitar era eso.

Ya antes había engañado a sus novios previos, no es como si fuese su primera vez. La sola idea de una “primera vez” la hiso reír internamente. Sí, había sido infiel antes, no había razón para negarlo, si después de todo era ella misma con quien hablaba. Pero esta vez era diferente, se había prometido a sí misma que no engañaría a mas, no a este.

Promesas tontas que hace uno durante el enamoramiento idílico, pero promesas aun así. Y aunque podía romper sus promesas con bastante facilidad, las hechas a uno mismo, esas son intocables, o al menos eso pensaba ella.

Así que durante los ya casi siete años que llevaban juntos aun, aun no lo había engañado. Los primeros cuatro años había estado increíblemente orgullosa de ello; pero ahora, cayendo en la cuenta de la proximidad de su séptimo aniversario y aun sin ningún plan ni promesa de boda, verdaderamente contemplaba su decisión como una de esas estupideces que uno hace al creerse enamorado verdaderamente.

No lo iba a negar, ella era diestra, sino más bien con una maestría en el arte de enamorarse. Loca, pérdida y tontamente enamorada, ese era su forma de enamorarse; repleto de esas cosas que hacen las adolescentes con sus primeros novios: cartitas de amor, regalos, chocolates y peluches, todas esas cosas que se supone que hacen los enamorados.

Pero ella no lo hacía porque en verdad lo sintiera, lo hacía por una sola razón: imitación. Así es como el ser humano aprende la mayoría de sus comportamientos de cualquier forma, observando e imitando. Y ya que así se enamoraban todos, así decidió ella que tenía que enamorarse.

Era una manía suya, esa de hacer las cosas como se esperaban de ella…

Porque siendo totalmente sinceros ella no era lo que se pudiera considerar “promedio”. De hecho detestaba la mayoría de las cosas que imitaba. Por ejemplo, la manera de hablar con un superior en su trabajo, o la manera en la que tenía que saludar a sus ruidosos vecinos pretendiendo que no había escuchado la noche anterior todo el barullo mientras tenían sexo.

Pero eso era lo que se esperaba de ella después de todo y ella siempre terminaría haciendo lo que se esperaba de ella.

Era en parte por ello por lo que disfrutaba tanto sus pequeños affairs. No había necesidad de comportarse de ninguna forma, no había necesidad de ser tierna ni dulce, detallista y entregada. No había necesidad de fingir pudor ni de un preámbulo demasiado elaborado. Lo único que era requerido de ella era que fuese lo suficientemente egoísta para dejarse llevar y permitirle a la otra persona ese mismo privilegio. Y si algo había que admitir, es que eso ella podía hacerlo aun mejor que enamorarse.

Y así sentada, con esa sonrisa falsa dibujada en su rostro, escuchando sin realmente escuchar, se rió de un chiste que realmente no escucho, pero sabía que debía reír porque eso era lo esperado de ella.

Con la mirada escaneo la cafetería donde se encontraban. No había necesidad de ser discreta ya que ninguno de los dos hombres con quienes compartía la mesa en verdad la miraban.

El lugar estaba repleto. Un grupo grande de chicos y chicas como de unos 24 ó 25 años se encontraba sentado en una de las esquinas del lugar. No les dedico mucho tiempo ya que los jóvenes eran ruidosos y ella ya había aprendido su lección de no involucrarse con alguien más joven que ella.

No lejos de ellos había una pareja. Él sostenía tiernamente la mano de ella mientras escuchaba atento lo que ella fuera que le estuviese diciendo.

Ella suspiro internamente y sin en verdad quererlo dirigió su mirada hacia su propia mano que se encontraba puesta sobre la mesa; a muy poca distancia se encontraba la mano de él, la mano de su novio. La miro casi suplicándole que se moviera y tomara la suya, pero ya había descubierto que no tenía ningún poder mental que lograra ese milagro.

‘Tómame la mano o me perderás para siempre’- pensó en decirle, pero no se atrevió.

Cuando volvió a levantar la mirada para reiniciar su escaneo por una presa fácil la verdad la golpeo como una bofetada metafórica en su rostro metafórico de sus no tan metafóricos 28 años.

Hacia un poco más de siete años que ella no había estado con ningún otro hombre además del que, ahora sentado junto a ella, la ignoraba.

‘¿Ya te has dado por vencida?’- se pregunto a sí misma y estaba a punto de responde que sí, que no tenía caso, que ya no había vuelta atrás, cuando el sonido de la puerta de la cafetería siendo abierta la hizo dirigir la mirada hacia la entrada.

-“Detesto buscar casa. Es de lo más aburrido”- dijo el hombre que había entrado primero, seguido muy de cerca por otro más silencioso.

Ella no pudo evitar seguir al par con la mirada hasta que llegaron al mostrador y continuaron hablando, solo que ella no pudo seguir escuchando la conversación.

El primero en entrar era rubio y aunque ella por regla general descartaba a los rubios, no sucedió lo mismo con este. No es como si fuese a tratar algo de cualquier forma, pero tal vez podía poner sus bonitos ojos azules en almacenaje y dárselos a alguno de sus personajes ficticios en su siguiente historia.

Tal vez había estado mirándolo con demasiada insistencia, ya que repentinamente él volteo su mirada hacia ella. El corazón le saltó en el pecho, pero lo disimulo muy bien, porque con toda la naturalidad del mundo desvió la mirada como si hubiese perdido el interés o como si nunca lo hubiese habido para empezar.

Él, sin embargo, no desvió la mirada y continúo observándola. Había algo en su mirada que le había llamado la atención, además del obvio hecho de que ella había estado observándolo desde su entrada al lugar.

Ella sabía que seguía siendo observada, pero una vez que ella perdía el interés en algo ya no había nada que lo hiciera recuperarlo; a menos, claro estaba, que el buen caballero se decidiera a deshacerse de su estorbosa vestimenta y hacer un baile sensual para ella.

‘Tal vez no me estaba viendo a mí’- pensó el rubio mientras volteaba hacia su acompañante. Aunque ser rubio y de ojos azules era considerado toda una ventaja genética, al lado de su amigo Samuel no había “ventaja genética” que valiera para nada. Él simplemente era más atractivo y ya.

Suspiro derrotado mientras regresaba su atención hacia la pizarra donde se encontraba las opciones del menú.

-“¿Y entonces que vas a querer Fernando?”- pregunto el hombre tras el mostrador al rubio. Ella no pudo evitar hacer la nota personal del nombre: Fernando. En su honor haría que uno de sus personajes gritará ese nombre al alcanzar el orgasmo.

Ella observo mientras Fernando, y que bien se sentía poder ponerle un nombre a su nuevo personaje, escaneo la pizarra al menos tres veces antes de responder con un resoplido bastante sonoro y un ruidoso “No sé”.

-“Mariana”- oyó una voz decir su nombre y de inmediato volteo hacia el origen de esta –“¿No te estás aburriendo o si? Cuando te aburres tiendes a hacer cosas extrañas”- dijo su novio entre risas. Ella misma fingió una risa, pero no se molesto en hacerla demasiado convincente.

Su novio continúo su conversación como si ella y él nunca hubieran tenido ese intercambio de palabras.

-“Eres desesperante”­- escucho una voz decir cerca del mostrador y eso le dio la excusa perfecta para volver su atención hacia su nuevo objeto de interés.

-“Es que no sé que escoger”- dijo Fernando derrotado recorriendo una vez más la pizarra con la mirada y de nuevo resoplando molesto.

Ella no pudo evitar la sonrisa que se formo en sus labios y si su novio le hubiese estado prestando atención habría notado que se acomodaba el cabello antes de ponerse de pie.

-“Voy al baño, ahora vuelvo”- dijo ella ni siquiera molestándose en apartar la mirada de Fernando. No es como si su novio lo notase de todas formas.

Fernando pudo sentir una mirada sobre él y de manera inconsciente volteo de nuevo hacia la chica que había notado en un principio casi deseando que en verdad fuera ella la que lo miraba y cual fue su sorpresa que en verdad era ella la que lo miraba.

La vio caminar hacia donde él se encontraba y se pregunto si se dirigía hacia él. No podía dejar de mirarla, había algo en su mirada que le suplicaba que no dejara de verla. Y justo cuando ella se encontraba a un par de metros bajo la mirada y él casi pudo jurar que sintió como si lo hubiesen aventando contra una pared y le hubiesen sacado el aire de los pulmones.

Ella paso junto a él. Cerca, pero no demasiado cerca, lo suficiente para poder percibir su aroma, grabarse en la memoria que colonia usaba. Era una que le encantaba, pero que su novio detestaba y le había dicho que nunca usaría.

Cuando llego al baño se alegro de que estuviera vacio y así pudo exhalar un suspiro que no sabía que había estado sosteniendo por los nervios. Se miro en el espejo; aunque su rostro no lo aparentara, ella ya tenía 28 años y aunque las fachadas fuesen engañosas ella sabía que en los ojos si se le notaba, se le notaban los 28 años de fingir el montón de cosas que, sin darse cuenta, se le habían acumulado y ahora que ya las tenía pues mejor las conservaba así.

‘Solo quería oler su colonia, solo eso’- se dijo a si misma antes de decidirse a salir del baño y regresar a su mesa.

Cuando salió él aun continuaba en el mostrador con el seño fruncido en concentración. Ella dejo que otra sonrisa adornara sus labios. El simple acto de escoger algo de la pizarra del menú parecía presentarle mucha dificultad. Su acompañante ya no se encontraba con él y el hombre del mostrador se encontraba atendiendo a otras personas; ambos parecían haberse dado por vencidos.

Ella miró hacia la mesa donde su novio aun se encontraba en ávida conversación con su amigo. Excusándose consigo misma, diciendo que en aquella mesa no era ni extrañada ni necesitada se dirigió sin saber muy bien porque hacia el mostrador colocándose a un lado del rubio a una distancia prudente.

Comenzó a examinar también la pizarra, no porque necesitará hacerlo, porque se sabía de memoria el menú, sino más bien para darle a entender a él que también iba a ordenar algo.

Al notarla volteo hacia ella, mientras ella inocentemente volteaba hacia él y le regalaba una sonrisa “amistosa”.

‘Amistosa’- Fernando no pudo evitar ese pensamiento y trato de devolver la sonrisa con una igual, pero fallando monumentalmente.

-“Es difícil decidir, ¿no?”- pregunto él sintiendo la necesidad de escuchar la voz de ella, saber como sonaba nada mas para no preguntárselo durante la noche en vela que tendría nada mas de recordarla.

-“La verdad no”- contesto ella sin voltear a verlo. Ella tenía esta sospecha de que si lo veía a los ojos entonces toda su determinación de cumplir la promesa con ella misma se iría a la basura. Sin embargo no pudo evitar poner en almacenaje su voz, la manera en que las palabras sonaban más dulces en su boca y ella pensó que eso se debía, tal vez, a lo delicioso que le parecía la vista.

-“Creo que el único indeciso aquí soy yo entonces”- dijo él; era más bien como un comentario a si mismo y un intento de convencerse de que ella no estaba interesada y que su cabecita ya comenzaba a jugarle bromas pesadas.

Ella no pudo detenerse y cuando se dio cuenta ya había volteado hacia él y sus miradas ya se habían cruzados. Y es que esas palabras le habían sonado como propias, como si ella misma se invitara a no inventarse más excusas y solo verlo a los ojos.

No fue como esos momentos románticos de los que hablan las novelas en los que el mundo se detiene y se escuchan campanas como fondo musical. Solo se miraron a los ojos. Se miraron en silencio. Y sería una exageración decir que fue por más de un minuto, ninguno de los dos sintió que el tiempo se detuvo mientras se observaban. Pero ella no dejo de notar que él tenía unos ojos muy sinceros que le habían dicho algo.

-“Los ojos no hablan”- se escucho a si misma, pero no estuvo segura si lo había dicho en voz alta o a ella misma hasta que vio la ceja levantada de la persona frente a ella. No pudo contener la risa que se le escapo de los labios.

Los pensamientos casi nunca se le escapaban por la boca, pero se alegro de haberlo dicho en voz alta, tal vez eso lo haría más real. Porque era verdad, los ojos no hablaban.

Él aun continuaba observándola con esa ceja inquisitiva, ella volvió a reír. Descubrirle una nueva faceta a un desconocido siempre era interesante, pero le agradaba aun más cuando se las descubría a los personajes de sus cuentos, eso los hacía más predecibles ante ella, pudiendo así anticipar sus acciones.

-“Lo siento. Estaba pensando en voz alta”- se disculpo ella y esta vez la sonrisa no fue en lo más mínimo “amistosa” y Fernando no dejo de notarlo.

Él se pregunto cual habría sido la cadena de pensamientos que la llevaron a tal declaración. Era obvio que los ojos no hablaban… Y a pesar de saber que los ojos no hablaban, los de ella le habían dicho: “No te detendré si tratas de besarme” o tal vez eso es lo que él hubiera querido que le dijeran.

-“Sospecho que eres de los de diente dulce”-dijo ella en un esfuerzo por evadir la pregunta que ella ya veía que se formaba en los ojos de él.

Él la miro por un momento no entendiendo el comentario hasta que ella volvió la mirada de nuevo hacia la pizarra. No supo porque, pero se sintió ofendido ante el comentario. Él no creía que fuera posible que alguien pudiera saber lo que le gustaba o no solo con verlo.

Incluso si fuese cierto que sintiese una inclinación fuerte por los dulces tal vez hoy sentía un antojo por algo salado para picar, ¿ella que podía saber?

-“Pero sospecho que hoy tienes un antojo por algo salado, ¿salir de la rutina no?”- dijo ella sin voltear a verlo todavía.

Él miro su espalda sorprendido. Por la mente le paso el ridículo pensamiento de que tal vez ella podía leer su mente, pero después se reprendió mentalmente por sus ideas tan estúpidas.

-“¿Pero yo que puedo saber no?”- dijo volteando hacia él con una sonrisa que debería caer en el rubro de maliciosa, pero que a los ojos de él pareció más bien sensual.

Ella de nuevo volteo hacia el mostrador justo cuando uno de los empleados se acercaba a ella y tomaba su orden. Fernando la observo mientras pedía una caja de galletas de chocolate, otra de galletas de limón y un te de jazmín para llevar.

Cuando ella volteo de nuevo hacia él tenía de nuevo esa sonrisa “amistosa” que Fernando había comenzado a detestar a pesar de haberla visto solo una vez.

Sin mucho preámbulo ella le extendió una de las cajas de galletas.

-“Son de limón. Dulce y salado al mismo tiempo”- y cuando él la tomo pudo sentir sus dedos rozarse.

Y no paso nada. No hubo electricidad ante el solo roce y ninguno de los dos experimentó nada fuera de lo normal. No hubo observaciones detalladas y morbosas sobre el toque y la sensación sobre la piel del otro, ninguno se pregunto sobre como se sentiría tocar toda la piel desnuda de aquel extraño que estaba parado frente a ellos como suele suceder en las novelas.

Lo único que sucedió fue que sus dedos se tocaron y fue agradable darse cuenta que aun sentían a pesar de sospechar que ya habían perdido esa habilidad.

-“Gracias”- atino a decir él, porque, ¿qué más podía decir de cualquier forma?

Y ella se dio la vuelta sin decir nada más. Tenía la certeza de que en menos de una hora él ya se habría olvidado de su encuentro con esta extraña mujer que era ella, y eso la hiso sentir un poco menos viva, pero al menos por unos minutos alguien la había visto. Tal vez esto podría valer como una aventura en sus fantasías.

Pero una mano en su hombro la hiso detenerse a mitad de sus pensamientos y de su camino.

Cuando ella volteo hacia él, Fernando olvido por completo que era lo que quería decirle, porque algo quería decirle, ¿no? Se sintió extraño al mirarla sin tener nada que decirle y mientras ella aun lo miraba expectante él no pudo dejar de notar como los ojos de ella parecían gritarle que la besara.

-“Tienes razón, los ojos no hablan”- dijo él a falta de algo mejor. No se le ocurrió nada más que decir y aunque se le hubiera ocurrido para el momento en que llegara a su boca ya no tendría sentido decirlo, así que se decidió por decir aquello.

Entonces ella volvió a sonreírle, pero esta sonrisa no fue la ya odiada sonrisa “amistosa”, fue una sonrisa más bien triste, pesada.

Y extrañamente esta sonrisa le encanto, fue casi como si le regalara algo que solo él había visto; fue casi como si ella lo hubiera llevado a su lugar secreto.

Mariana volteo ligeramente hacia la mesa que no la esperaba y observo a su novio no mirándola. Sospecho que de haber querido hubiese podido besar a este hombre justo ahí y él nunca lo habría notado, y otra vez se sonrió tristemente.

-“¿Tu novio?”- pregunto él que la había estado observando hipnotizado por sus movimientos que parecían tan premeditados. Todo en ella lo hacía sentir como si ella lo fuere leyendo y planeara en consecuencia a él.

-“Sí”- contestó ella sin elaborar más. Fernando la miro esperando que dijera algo más, incluso había esperado que le dijera que no, a pesar de saber muy bien que era una mentira. Había sospechado que le diría algo como que las cosas entre ellos no iban bien, o que tal vez él no la valoraba lo suficiente, cosas como las que dicen generalmente las mujeres.

Pero se reprendió al darse cuenta que la hacía caer dentro de la categoría de la media poblacional y desde que había notado su mirada algo le había dicho que no era así.

No es que fuera un romántico y creyera que esta iba a convertirse en la mujer de su vida, es solo que había algo diferente en ella y al menos eso tenía que admitírselo: era diferente.

Cuando ella por fin le regreso la mirada parecía más cansada, mas desilusionada. Y en verdad lo estaba. Ni siquiera era capaz de divertirse con el coqueteo, tal vez esos años ya se le habían ido a un lugar de donde ya no los podía recuperar.

-“Debo regresar a mi mesa”- murmuro ella realmente no deseando irse, porque ¿Cuál era el caso de regresar a esa mesa donde nadie la miraba, donde nadie la tocaba… donde los ojos no hablaban?

-“Fernando”- dijo él antes de que ella pudiera siquiera darse la vuelta para poder comenzar a alejarse de nuevo. Esto logro detenerla momentáneamente mientras lo miraba esperando que elaborara más: -“Mi nombre. Mi nombre es Fernando”- dijo él y sin pensarlo demasiado busco entre los bolsillos de sus pantalones por una de sus tarjetas y se la extendió: -“No me des el tuyo si no quieres, pero el mío…”- Fernando la observo en silencio con la boca abierta tratando de pronunciar la última palabra.

-“¿El tuyo?”- inquirió ella sintiendo que la respuesta a esa pregunta era una de las cosas más importantes del mundo, pero se reprendió mentalmente ante lo sentimentaloide que le sonaron sus propios pensamientos.

-“El mío te lo regalo…”- dijo él con la confianza que encontró en los ojos de ella.

Un estallido de carcajadas estalló en una mesa cercana y eso los saco de esa especie de trance en que se habían sumergido.

Ella se permitió reír entre dientes al darse cuenta que se estaba permitiendo demasiadas libertades con un hombre con el que definitivamente no iba a tener una aventura.

Se miraron solo por unos momentos más y sin decirse nada mas se separaron dirigiéndose cada uno al lugar a donde ahora sabían que no pertenecían, pero no se permitirían decirlo en voz alta, ni siquiera se permitirían a ellos mismos reconocerlo en las noches de oscura soledad, porque ¿Qué caso tendría? Al día siguiente tendrían que despertar a la misma realidad y su cobardía no les permitiría dar el paso hacia el vacío que simbolizaba el cambio, lo nuevo.

El resto de la noche ni siquiera se permitieron robarse miradas furtivas, no tenía caso ya que él sabía que ella no lo llamaría y ella sabía que no lo llamaría. Sin embargo, la tarjeta permanecía en su bolsa.

Y cuando por fin su novio decidió que era tiempo para que ÉL Y SU AMIGO regresaran a casa, ofreció llevarla a su apartamento como solía hacerlo cada noche, ella comenzó a caminar hacia la salida sin molestarse siquiera en contestarle, porque sabía que a él en verdad no le importaba mucho su respuesta.

Cuando caminaba hacia la salida inconscientemente busco la calidez de la mirada de él, pero fallo en encontrarla.

‘Tal vez ya se fue’- se dijo a si misma mientras la puerta se cerraba tras ella y casi pudo sentir que con el cierre de la puerta también se cerraba la posibilidad de algo más.

‘No seas tonta, ¿qué algo más esperabas?’- se reprendió y tan exhorta estaba en sus propios pensamientos que no se dio cuenta que su novio ya la había llevado hasta la puerta de su casa y esperaba impaciente que ella se bajara para poder ir a llevar a su amigo.

-“Tierra a Mariana. ¿Estas ahí? Ya llegamos”- dijo él con un tono un poco duro, pero para ella era el tono al que estaba acostumbrada.

-“Gracias”- dijo ella y sin mucho preámbulo se bajo del coche y sin siquiera echar una mirada atrás comenzó a subir las escaleras hacia su apartamento, mientras el sonido del coche que se alejaba se escuchaba a sus espaldas.

Mientras revolvía su bolsa buscando a tientas por las llaves encontró la tarjeta de Fernando. Y al lado de la tarjeta estaba el celular que titilaba indicando que había recibido un mensaje de texto.

Tomo ambos mientras revisaba el mensaje.

No voy a llegar esta noche a casa.

No me esperes despierta.

Karla.

Su compañera de cuarto recientemente había encontrado un nuevo amor al que parecía querer conocer profundamente.

Aún sostenía la tarjeta en su otra mano y contemplo ambos sopesando las posibilidades.

-“¿Hola?”- escucho la ya conocida voz del otro lado del auricular.

-“Hola Fernando”- murmuro ella mientras aun continuaba paraba en la entrada de su apartamento.

Hubo un breve silencio mientras se escuchaba el crujido de una cama y como las sabanas se movían.

-“¿Dónde estás?”- pregunto Fernando y ella pudo escuchar el zíper de un pantalón y casi pudo imaginárselo poniéndose y abotonándose la camisa.

-“Afuera de mi apartamento”- murmuro ella.

-“Voy para allá”- dijo Fernando y aunque sonó demasiado como un comando ella accedió sin pensarlo demasiado.

‘Esto no es una aventura’-se dijo a si misma mientras volvía a descender los pocos escalones que había subido.

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